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Morir en la Edad Media. 
El cortejo fúnebre

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En la "Edad Media" la muerte de una persona generaba la movilización de la sociedad, a veces la dinámica alcanzaba a gente alejada del grupo de pertenencia del difunto y siempre supuso la respuesta de la comunidad al tañido de las campanas que anunciaban el triste acontecimiento. En solemne procesión el cortejo fúnebre se dirigía hacia la iglesia y al lugar de la sepultura. Moviéndonos dentro de un contexto cristiano medieval podemos afirmar que el cortejo lo componían la familia del difunto, los clérigos y los religiosos, las cofradías, la parroquia del finado, el cabildo de la villa y las órdenes  religiosas, estos en procesión con sus cirios encendidos y junto con las ofrendas que se han de llevar a la iglesia acompañaban al cuerpo del difunto.

 

El cortejo fúnebre hunde sus raíces en el Egipto faraónico viéndose sobre todo representado en los funerales del faraón y la élite. En el mundo grecorromano también fue un tema muy relevante, del mundo Griego destaca la representación de los funerales heroicos; del pueblo judío se tiene constancia de la celebración de cortejos fúnebres desde tiempos bíblicos. Fue en los primeros tiempos de la república romana cuando el entierro se verificaba siempre de noche. Iba a la cabeza de la comitiva un maestro de ceremonias seguido de lictores vestidos de negro, seguían a continuación los músicos, las plañideras o llorones (praficae) con lacrimatorios de barro o de vidrio, los arquimimos que representaban con gestos las principales acciones de la vida del difunto, los esclavos libertos, los retratos de los antepasados y las insignias del difunto. El cuerpo era llevado en una litera (féretrum) por portantes especiales, por la familia o por elevados personajes y seguían detrás los parientes cubiertos con velos y eran las plañideras quienes iban exhalando gritos lastimeros. Se pronunciaba el elogio del difunto en el foro si era un personaje notable y en seguida era llevado el cadáver a la pira encendida siempre extramuros. Se recogían las cenizas en una urna y eran colocadas en el sepulcro de la familia (columbarium). El entierro iba seguido de banquetes (silicernia) y a veces, de juegos fúnebres. Los cuerpos de los pobres eran conducidos en un ataúd común (sandápila) e inhumados sin ninguna ceremonia. Sin embargo, las personas modestas habían constituido “colegios funerarios” para asegurar a cada uno de sus asociados una sepultura decorosa y oraciones fúnebres (función que luego será adoptada por las cofradías medievales). Fue una fusión entre el cortejo fúnebre de costumbre romana y el de costumbre judía el que desarrolló el mundo cristiano medieval.

 

Las procesiones a las que eran tan afectos los hombres medievales debían conformarse de acuerdo a un orden, siendo este determinado por las jerarquías civiles y eclesiásticas. Durante la liturgia se ofrecían las misas ante el cuerpo presente y los responsos. Las mujeres participaban activamente y durante el cortejo no se recluían como lo hicieron después o como era costumbre entre las mujeres judías, si nos fijamos en el cortejo fúnebre representado en la miniatura del códice de Agadá Morisca observamos que las mujeres no están presentes en esta ceremonia, debido a que la mujer judía quedó apartada de los actos funerarios que se realizaban fuera del hogar.

 

Pero antes del cortejo fúnebre existían una serie de gestos previos: una vez que el difunto había expirado y había realizado sus últimos ritos religiosos se comenzaba con la higiene del cadáver (algunas órdenes monásticas cistercienses practicaban el lavado del cadáver). Se limpiaban los signos de la enfermedad, las heridas y sangre, el lavado del cadáver era una costumbre de herencia judía, no olvidemos lo dicho por Juan: Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos (Juan 19:40).  La mortaja varió con el tiempo y se adecuó a las circunstancias de condición social y religiosa. Algunos testamentos contienen indicaciones precisas para con este aspecto. A partir del siglo XV apareció una marcada preferencia por los hábitos religiosos siendo muy curiosa la inclinación de las mujeres por vestir hábitos de frailes y no de religiosas. Una vez amortajado se daba paso a las oraciones y a la exposición del aseado difunto  siendo velado por familia y amigos, criados, sirvientes y por los clérigos o religiosos convocados para presidir las exequias. Las oraciones sobre el cadáver eran hechas mediante relevos sucesivos de quienes se despedían del difunto y le aplicaban los méritos de la oración, el tiempo de la exposición del cadáver no se adecuó a una norma general, dependía sobre todo de la lejanía o cercanía del lugar de la sepultura. Era costumbre que en estas horas de velación los presentes tomaran algún alimento,  los expertos no hablan de un banquete ritual, simplemente de una comida necesaria debido al tiempo del velatorio, por otro lado estaba la comida ofrecida a los pobres que dependía de lo estipulado en el testamento del difunto.

 

Al salir el difunto hacía la iglesia era llevado en solemne procesión e iba acompañado de clérigos y religiosos, estos llegaban a la casa del finado de forma jerarquizada, anticipando de está manera el cortejo fúnebre que se daría momentos después. Debían hacerlo con la cruz procesional y caminando de dos en dos y según el orden establecido. Los canónigos llegaban hasta la casa mortuoria cubiertos con una capa negra, con los cirios apagados y rezando. Puesto el cadáver sobre las andas, el lecho o el féretro era conducido en procesión hasta la iglesia y más tarde a su sepultura. El cuerpo podía ser transportado por hombres o por animales (el animal más usado en la "Edad Media" con este fin fue la mula). Cuando se trataba de altas dignidades eclesiásticas o civiles, el féretro era llevado siempre en hombros.

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Como es lógico, la mayoría de los funerales que conocemos eran de altas dignidades sociales, la procesión de sus cortejos fúnebres se configuraba siguiendo un orden jerárquico muy estricto.  Por norma la iglesia llevaba la cruz mayor, seguida de los pendones  de las cofradías y las cruces de diferentes parroquias; continuaban las órdenes religiosas que  iban en acuerdo a su antigüedad, tras estas iban de los clérigos y el ayuntamiento de la ciudad.

 

Definir el oficio a los difuntos es una tarea muy complicada, a pesar de que fueron grandes los esfuerzos de los pontífices por unificar el ritual, las diferencias entre países y regiones (situación particular de la Península Ibérica al estar en frontera y en contacto con el islam) eran muy pronunciadas.

 

Un componente importante para las exequias eran las ofrendas que se llevaban a la iglesia junto con el cuerpo del difunto. Estas brindaban mucho colorido al cortejo, como afirma Susana Royer de Cardinal :“las exequias no eran tristes, casi podríamos decir que eran una fiesta, una fiesta para los ojos de los asistentes y de los curiosos, fiesta de color, de luz y de sonido”. Como vemos estos cortejos nada tenían de fúnebre, en el sentido que hoy podemos entenderlos, los únicos que iban vestidos de negro eran los deudos, además el negro no era el único color que simboliza el duelo, y los llantos y las dramatizaciones del dolor estaban prohibidos por la iglesia, aunque conocemos por diversas fuentes históricas e histórico-artíticas que eran acostumbrados.

 

En el funeral los efectos visuales y auditivos estaban conformados por el colorido de la asistencia, el orden procesional, la luz de las velas los cánticos de los religiosos y el tañido de las campanas. El componente visual fue dado por la luminosidad que irradiaban candelas y cirios mostrando esplendor al ritual litúrgico, y esto bien lo sabían y los deseaban los hombres y mujeres de entonces. Sobre el  duelo, la iconografía nos aporta valiosos detalles, de la tumba de Sancho Saiz de Carillo se conservan seis paneles de madera pintados, de los cuales dos contienen escudos y cuatro son escenas de un cortejo fúnebre formado por hombres y mujeres. En algunos personajes se distinguen las rayas diagonales que forma la jerga, pero lo más notable son las expresiones dolorosas de sus caras. Son destacadas las plañideras que arrancan sus cabellos y se arañan el rostro.

 

La falta de resignación ante la muerte es manifiesta en los hombres medievales a pesar de ser una sociedad eminentemente cristiana impregnada de valores y creencias, en especial, por la esperanza en una vida futura que trasciende a la terrena. Pero la incógnita, la duda tanto ayer como de hoy no debió ser infrecuente. A pesar de la fe, el miedo a lo desconocido y la posibilidad de pasar al mundo de las tinieblas fue motivo suficiente para asustar al más fiel devoto. Bien es cierto que puede que la gestualidad desorbitada obedeciera más a la teatralización que al sentimiento. Con todo para asegurarse la bienaventuranza estaban las misas de donaciones, ofrendas que encontramos recogidas en los testamentos, en los estatutos de cofradías y de iglesias, en los libros de horas, en la literatura, etc.

 

Bibliografía:

 

-ALEXANDER BIDON, D.:“La mort dans les libres d´heures”, en: À reveiller les morts: la mort au quotidien dans l’Occident médiéval. Lyon, pp. 83-94,1993.

 

-BALTRUSAITIS, J.: La Edad Media Fantástica. Cátedra, Madrid, 1983.

 

-BINSKI, P.: Medieval death. Rithual and Representation. Nueva York, 1996.

 

-ESPAÑOL BERTRÁN, F.: Lo macabro en el gótico hispano. Historia 16, Madrid.1992

 

-HUIZINGA, J.: El otoño de la Edad Media. Barcelona.1995.

 

-PANOFSKY, E: Tomb sculpture. London. 1964.

 

-FERRARI G.: Le Breviaire Grimani reproduit d'après le manuscrit enluminé proprieté de la bibliothèque Marciana à Venise. Bruselas, Arcade, 1977.

 

-BUENO DOMÍNGUEZ, M. L.: Espacio de vida y muerte en la Edad Media, Semuret, 2001.

 

-ARIÉS P.: Historia de la muerte en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestro días. Acantilado, 2ºed. 2011.

 

-LÓPEZ ESTRADA, F.: Las siete Partidas de Alfonso X el Sabio. Madrid, Castalaia, 1992.

Adriana Gallardo Luque

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Publicado originalmente por

¡Esto es un lío medieval!

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